sábado, 16 de febrero de 2013

El día de la orla

No era un día más. Nos levantábamos con fuerzas en nuestras piernas, dispuestos a enfrentarnos al día con una gran sonrisa… que ocupara toda la orla. Los chicos, enfundados en elegantes trajes, con corbatas anudadas con diferentes nudos (triunfó el medio Windsor) y las chicas, sobre altísimos tacones; ese día era especial, había que demostrarlo. Aguardábamos impacientes a que nos avisaran, que nos dijeran que era nuestro turno, que llegaba el momento en que se paraba el tiempo. Porque esa fotografía estaría colgada siempre en los pasillos del colegio, pasillos por los que distintas generaciones pasarán y nos observarán. Nos analizarán y algunos incluso se reirán, porque, admitámoslo, eso lo hemos hecho todos. Es nuestra generación. Años atrás mirábamos a los de segundo de bachillerato con respeto. Hoy somos nosotros los de segundo. Últimos retoques de maquillaje, del peinado, sonrisa preparada y… ¡flash! Y unos segundos, y ya pasó. Un momento  para la eternidad. Y aún nos quedaba una larga mañana de mil fotos con distintos profesores, con profesores que nos tuvieron hace años, que nos vieron crecer, que nos verán marchar y nos verán triunfar.  Con compañeros, amigos que no queremos olvidar. Taconeo para arriba, taconeo para abajo, quita chaqueta del traje, afloja la corbata… un día agotador. Increíblemente agotador. Un San Valentín inolvidable; permaneceremos en un eterno 14 de febrero, colgados en nuestra habitación. Aunque siendo realistas, quizá no era un día tan especial. Quizá lo realmente especial hayan sido nuestras sonrisas, nuestra alegría, nuestra emoción y nuestra energía. Eso es lo que realmente merece un recuerdo para todos los días: que jamás se nos olvide sonreír, aunque no haya cámara

Generación del 95

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